El nivel de estrés que puede soportar el organismo humano con habilidad y sin pagar el precio de efectos colaterales indeseables, es más limitado de lo que generalmente estamos dispuestos a admitir.
Habitualmente suponemos que podemos estresarnos, angustiarnos y aguantarnos sin que lo resintamos. Esta desatención de nuestras limitaciones y el ignorar el hecho de que funcionamos perfectamente sólo cuando experimentamos cierto grado de bienestar, es lo que fundamentalmente nos lleva desoír las señales de malestar que nuestro cuerpo emite hasta que los efectos son tan graves (ataques de pánico, temblores, sudores, mareos, etc.) que resulta difícil eliminarlos de fondo con únicamente voluntad.
El nivel desmedido de ansiedad y estrés que nos imponemos cotidianamente impacta profundamente nuestra calidad de vida. Depende su control efectivo de la sabiduría que tengamos al frenar los distintos canales desde los que fluyen permanentemente.