Tradicionalmente en muchas organizaciones industriales se empleaba el término calidad como un sinónimo de herramienta de gestión para abaratar costos de producción. Era conocido que parte de los gastos corrientes de la empresa se dedicaban, fundamentalmente, a actividades relacionadas con la inspección y la corrección de errores, a la atención de los clientes insatisfechos o a pagar penalizaciones por demoras en la entrega de productos al cliente.
Progresivamente algunas de estas empresas, principalmente Japonesas, se dieron cuenta que podrían obtener mayores beneficios si se integrase a la organización el concepto de calidad como parte de la cultura corporativa en lugar de reducir las actividades de calidad únicamente a la inspección de productos. A partir de este momento las empresas ya no hablan de control de la calidad sino de gestión de la calidad.
Con esta nueva perspectiva de la calidad, ésta dejaba de ser una tarea de pocos y pasaba a ser una actitud global de cada persona dentro de la compañía. Esta actitud constaba en que cada y una de las tareas del personal de la empresa afectaba directamente el producto o servicio entregado al cliente y por ende, su satisfacción. Este enfoque orientaba a toda la organización a satisfacer al cliente, convirtiéndolo en la máxima preocupación de toda la empresa. Es por esto que el nombre se definió como Calidad Total